Colores que viven y brillan dentro de la nieve
La obra dirigida por Diego Brienza logra momentos de extrema belleza
Nuestra opinión: muy buena
Damián es el hijo varón -e inteligente- de una familia de mujeres. La madre es la mucama del hotel de la avenida y sus cuatro hermanas parecen haber salido de la minuciosa y detallista maqueta de la ciudad de Leningrado que ellas mismas armaron, y con la que juegan persistentemente. Hay un padre que -convertido en muñeco Kent, la legendaria pareja de las Barbies- habita en esa ciudad rusa, adónde fue en busca de alguna revolución, y en la imaginación de sus hijas.
Una familia rara, con hábitos mecánicos en donde el único elemento orgánico que muestra el drama de la ausencia paterna parece surgir en esa madre sufrida que relee larguísimas cartas. Las cuatro chicas viven el drama a su manera: somatizan y vuelven eccemas y broncoespasmos su desazón y su dolor, pero eso sí siempre con una sonrisa, con una canción, con un par de pasos de baile que las convierten en pequeñas muñecas de cajitas de música. Esos dos mundos -el mecánico y el orgánico- no chocan sino que se funden con naturalidad en esta prolija puesta de Diego Brienza, en la que ese hijo varón con inteligencia suprema aparece como un observador lejano, pero no tanto.
La obra de Guillermo Arengo está repleta de aristas jugosas y atractivas que el director convierte en bellas imágenes, la mayoría repletas de una ternura inconmensurable. No es ajeno a este resultado un elenco muy bien buscado y dirigido. Cada uno de los actores tiene su gran momento -individual o en conjunto-, por eso es difícil destacar a uno sobre otro. Sólo por capricho se puede remarcar el trabajo de "las hijas" o el del padre (Horacio Marassi) que finalmente vuelve tapado de fracasos y contradicciones.
Pequeña en sus proporciones y enorme en aspiraciones y posibilidades (todas expuestas), Una familia dentro de la nieve es una sorpresa luminosa dentro de la cartelera teatral.
Verónica Pagés
No hay comentarios:
Publicar un comentario