jueves, 21 de mayo de 2009

Crítica de Gabriel Peralta (crítica teatral) a Una familia dentro de la nieve


Lo disfuncional en un mágico cuento

Hay maneras y maneras de tratar un tema tan sensible como es el de las familias disfuncionales. La que eligió Guillermo Arengo es la de una mirada que combina el absurdo con la ternura.
Lo que se muestra tiene todos los ingredientes de un drama pero al pasarlos por un tamiz que rompe la lógica se transforma en una deliciosa fantasía sobre esa institución que es la familia.
Eso sí, fantasía que tiene adosada un gran cuota de ironía y humor acido.
Para que esta fantasía encuentre su cauce escénico Brienza, en estupenda elección, la enmarca en espacios y climas de una poética extrañeza, profundizando de este modo el costado absurdo de la pieza.
Crea un universo “naif” en donde la obra establece sus propias leyes.
Todos los personajes poseen un costado querible que enternece, y a pesar de los distintos subterfugios que utilizan para vivir, siempre aparece su costado más frágil y su tremenda necesidad de ser queridos y su no menos terrible dificultad para expresarlo.
Adriana Ferrer entrega una madre-esposa en denodada lucha para establecer cierto tipo de orden; Gabriel Urbani enternece desde las alturas; el cuarteto de hermanas conformado por Mar Cabrera, Lucrecia Gelardi, Vicky Massa y Carla Vidal conforman un ensamble actoral de alto vuelo, en donde se da el caso que la labor en conjunto no opaca en nada las singulares personalidades de cada uno de sus personajes; Horacio Marassi trasmite todo el desasosiego de aquel que fue a buscar un sueño y vuelve sin haberlo alcanzado.
Los diseños de escenografía y vestuario de Cecilia Zuvialde, son muy buenos ya que terminan de definir ese ambiente mezcla de ingenuidad y absurdo.
De vital importancia resulta la iluminación diseñada por Mariano Arrigoni ya que envuelve con precisos climas a toda la historia.
En Una familia dentro de la nieve, se verán idas y vueltas de integrantes de la familia, peleas, reconciliaciones, somatizaciones, pases de facturas, en fin todo lo que atañe a una familia, pero con la particularidad de ser contado como un mágico cuento.

Gabriel Peralta

miércoles, 6 de mayo de 2009

Crítica a "Una familia dentro de la nieve" por Lucho Bordegaray

teatro // Una familia dentro de la nieve, de Guillermo Arengo, según Diego Brienza

Mi abuela materna tenía una cajita de música sobre la cual, dentro de una semiesfera de cristal llena de agua, había una casita, un pino y pedacitos sueltos de un material blanco que, al agitarse el agua, generaban un lindo efecto de nevada sobre ese pequeñito paisaje.
Es muy parecida a la esfera que se le escapa a Kane de las manos cuando muere al comenzar El ciudadano y se rompe, con la diferencia de que la cajita de música en cuestión está entera. Claro que la melodía suena rara; se nota que el paso de los años está dejando su marca en esa maquinita y algunos dientes del cepillo de metal no están haciendo su tarea, por lo que faltan sonidos y el ritmo varía, sin contar que la cuerda tiene poca fuerza y apenas mueve el tambor por poco tiempo.
Jamás, ni aun siendo niño, imaginé quién pudiera vivir ahí, dentro de esa casita. Hasta que vi Una familia dentro de la nieve y necesariamente ubiqué a esos personajes en la casita azotada por la inocente nevada que solo se despierta cuando una mano la agita.
Porque esa familia vive en una esfera sencilla y mágica, y porque funciona como esa vieja cajita de música: no suena bien, pero se hace querer aunque falle mucho.
Quienes forman esa familia dentro de la nieve son mamá, cuatro hijas y un hijo. Mamá mucama del hotel de la avenida, las cuatro hijas algo tontas, el hijo demasiado inteligente. ¿Y papá? Desde hace muchos años –tantos que no llegó a conocer al nuevo varón de la familia– está donde lo han llevado su convicción y su militancia: en la Unión Soviética.
Mamá sentada, casi ajena al resto del clan, con el uniforme laboral que la define aun más que la maternidad. Las hijas, jugando juegos tontos, lanzándose a la tristeza como quien se zambulle en una Pelopincho, y sosteniendo las idealizadas aventuras del heroico padre ausente al que imaginan como a un gigante de la causa del proletariado en Leningrado, ciudad que tienen muy cerca gracias a una maqueta que ocupa la mesa familiar. El hijo, desde otra perspectiva, va perfilando una vida que no podría continuar en ese contexto, tomando distancia como puede. ¿Y papá? Papá un día llegará. Y la maqueta de Leningrado podrá convertirse en otro puente, en paliativo de otras ausencias.
Cecilia Zuvialde resolvió la escenografía con lo esencial y, a la vez, con una originalidad que no ocupa protagonismo alguno. También tuvo a su cargo el vestuario, destacándose de él la vestimenta de las cuatro hermanas, que habla por ellas (siendo que ellas ya hablan tanto).
Merece una referencia el programa de mano, lejano a lo que podría considerarse materialmente atractivo, impreso en papel obra y en blanco y negro, al mejor estilo panfleto, que posee elementos que refuerzan con inteligencia algunas posibles líneas de lectura que plantea la obra, sobresaliendo ese puño (¡derecho!) apretado en alto, con una llaga en forma de estrella socialista que sangra, o la presencia casi inadvertida de Ronald McDonald luciendo –puro diseño– la hoz y el martillo en el estampado de su remera. Buen trabajo de Bárbara Delfino, a cargo del diseño gráfico.
La notable pero acotada rareza del hijo (Gabriel Urbani), la infinita variedad de grises de la madre (Adriana Ferrer) y el coral resultado de la tan maravillosa como sonsa locuacidad de las hijas (Carla Vidal, Lucrecia Gelardi, Mar Cabrera y Vicky Massa) se le agradece a este elenco. Y a Horacio Marassi, quien le da al padre que regresa una contenida emoción en donde equilibra el pasado idealista, el presente fracasado y un futuro que resulta difícil de asumir.
Quedan varios asuntos abiertos acerca de los que no hay explicación alguna; en ese aspecto, Una familia dentro de la nieve podría haber brindado un poco más porque, asimismo, despierta ganas de más. De todos modos, esto de ninguna manera significa que lo dado sea insuficiente. Por eso, retomo el paralelo que establecí antes para aplicarlo a esto mismo: no sólo la familia, sino también esta obra es una cajita de música, y el director, Diego Brienza, supo darle sonoridad en chiquito, sin imposiciones, invitando a atender y escucharla de cerca. Y está bien que sea así.

link http://montajedecadente.blogspot.com/2009/04/teatro-una-familia-dentro-de-la-nieve.html

Crítica de Nepo Sandkuhl a Una familia dentro de la nieve


Re-Encuentro con el abandono
“Una Familia Dentro De La Nieve” es una propuesta que uno agradece al teatro ya que te permite jugar con libertad en el encierro de ciertas estrategias, formalidades y esquemas. Es decir, que uno pueda crear y hacer libremente estando preso.
Los actores, todos ellos, son muy juguetones y permeables con las situaciones, saben escuchar los tiempos y sobre todo son coherentes con las acciones que realizan. Hay un grupo de cuatro actrices: Mar Cabrera, Lucrecia Gelardi, Vicky Massa Carla Vidal que funcionan muy bien, como un gran Coro, donde las opiniones y las transformaciones de personaje y personajes son exquisitas y convocan a deleitarde la complicidad que ellas generan. Un trabajo muy inquietante y muy aplaudible .
Horacio Marassi es un actor que compone un personaje que se comprende más lo que siente, de lo que habla, es un personaje increíble, de mucha sensibilidad y energía.
El buen manejo o el saber explotar las potencialidades y flaquezas de los actores es parte del trabajo del director. En este caso, Diego Brienza, no sólo porque propone un teatro de actores, muy común en la ciudad de Buenoa Aires, también de espacios, de atmósfera y sobre todo un teatro que aparenta no tener un conflicto o que no suceda nada.
Una muy buena dirección y explotación del grupo de trabajo.